Meritxell Freixas | Santiago de Chile – 4 marzo, 2025. “Las mujeres están adquiriendo cada vez más poder y liderazgo” dentro del mundo del narcotráfico, con perfiles violentos para escalar posiciones”, dice a EFE la investigadora chilena Ainhoa Vásquez, que desde hace más de una década estudia la narcocultura latinoamericana.
“Pensamos que las mujeres son solo las víctimas y se nos olvida que también hay muchas que han ejercido la violencia en el narco y han sido tan sanguinarias como los hombres”, añade.
Ainhoa Vásquez (Pamplona, España, 1984) desmenuza la masculinidad dominante en el mundo del narco en su último trabajo Narcocultura. Masculinidad precaria, violencia y espectáculo (Paidós, 2024), y por primera vez identifica a las narcotraficantes más poderosas de Latinoamérica.
Algunas han sido “muy violentas”, como Griselda Blanco, una de las más conocidas, dice, otras trascendieron menos porque “su vida ha sido más hermética y faltan estudios sobre ellas”, como es el caso de Amanda Huasaf, “líder del primer cártel latinoamericano, que fue chileno”, recalca la escritora.
Según ella, “nunca utilizó la violencia, sino más bien mucha estrategia” en su liderazgo. “Refugiada en la imagen de mujer elegante”, Huasaf operaba “desde su clan familiar” y “hacía negocios en los prostíbulos que regentaba”, explica.
“El estereotipo de género permitió a mujeres como ella invisibilizar lo que estaban haciendo por debajo, mostrándose cariñosas, buenas, maternales”, añade. Tal y como escribe en su libro, “para la época (años 50-60) era imposible pensar que una mujer pudiera estar a cargo de una organización de esa magnitud”.
“Masculinidad en precario”
En su ensayo, la autora aplica a la narcocultura el concepto de la “masculinidad en precario”, un término que rescata del sociólogo valenciano Josep-Vicent Marqués y que se refiere, dice, a la validación de uno mismo a través de una masculinidad “malentendida”, basada sobre todo en el dinero y la violencia.
“Son hombres que necesitan estar siempre demostrando que son lo suficientemente machos porque sienten que no valen en otros ámbitos de la vida”, señala. Lo hacen, explica, a través de la violencia y exhibiendo al público “constantemente sus acciones”, un cambio de estrategia que ha llegado de la mano de las redes sociales.
La “masculinidad frágil”, para ella, resuena con fuerza en los feminicidios, otro de sus grandes temas de investigación, porque “muchos hombres asesinan a las mujeres que desafían su poder o autoridad”.
La académica aplica el concepto de Marqués también a las mujeres que “adoptan los estereotipos masculinos de la violencia, el poder y la soberanía del territorio, para posicionarse dentro de las estructuras criminales”.
Según ella, en la narcocultura hay una “feminidad masculinizada” que busca un liderazgo dentro de las organizaciones criminales; y otra más “estereotipada por el rol de género”, basada en la “búsqueda de protección de los cárteles” para “sobrevivir” en un ecosistema hiperviolento.
Hay narcos que se hacen conocidas por querer mostrar su físico, o por como visten o bailan, en lo que la experta considera “una explotación corporal y sexual asociada a los roles establecidos”. En su opinión, esos roles permiten “sentir seguridad y pertenencia” a un colectivo. “¿Qué hay más estable que los roles de género que nos han afirmado toda la vida?”, se pregunta.
Víctimas “invisibles”
Vásquez cree que cada vez hay más intentos por “censurar” las crecientes expresiones culturales, literatura, series o canciones (narcocorridos), que enaltecen los estilos de vida del crimen organizado y aboga por la educación como “una forma de prevenir” y “reflexionar” sobre los “valores y antivalores” que transmiten.
Crítica con los medios y los políticos que se “aprovechan” y “espectacularizan” el mundo del narco, recuerda que “la línea entre ser víctima y victimario es muy delgada”.
“La mayoría de las presas por narcotráfico han sido víctimas de sus parejas, o han entrado en ese mundo para poder mantener a sus hijos; son el eslabón más débil”, sostiene la autora.
Su última reflexión es para las víctimas, “las menos tratadas” y de quienes “menos se habla”, lamenta. Insiste en que “las invisibilizamos” y rescata el caso de las madres de Sierra de Guerrero, México, que “ocultan, visten y crían como hombres” a sus hijas. “Las afean para que los narcos no se las roben” para convertirlas en esclavas sexuales o domésticas.
“Este es un caso, concluye, en el que el feminismo tendría que estar haciendo algo activamente”.