La chispa comenzó en marzo de 1968 en la Universidad de Nanterre, en Francia, cuando estudiantes se manifestaron contra la guerra de Vietnam y por reformas educativas. Muchos de ellos fueron detenidos, y dicha acción policial desató protestas en la Sorbona, la universidad más prestigiosa del país.
El 6 de mayo, París reventó: gases lacrimógenos, autos incendiados y más de 400 estudiantes heridos. El 10 de mayo llegó la “noche de las barricadas”, donde cientos de jóvenes resistieron durante horas a la policía. El lema “Prohibido prohibir” apareció en los muros, y pronto la revuelta se extendió; obreros, sindicatos y millones de ciudadanos se sumaron.
Francia casi se paralizó. El presidente Charles de Gaulle incluso desapareció un día entero. Al final, se ofrecieron mejoras salariales, las fábricas regresaron a la actividad y el movimiento estudiantil se fragmentó.
No cayó ningún gobierno, pero todo cambió: se rompieron los silencios, se transformó la forma de hablar, enseñar y protestar. Mayo del 68 no triunfó en lo inmediato, pero abrió un camino. cambió la cultura, la forma de amar, enseñar y protestar.



Mientras en París la ola de la Primavera del 68 había dejado consignas, debates y cambios culturales, en México ese mismo espíritu juvenil encontró un muro de autoritarismo.
El contexto mexicano antes del 2 de octubre
En 1968 se dio un movimiento social en México, encabezado principalmente por universitarios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN), pero también se sumaron otras escuelas, profesores, profesionistas, obreros, amas de casa e intelectuales.
De fondo, el movimiento buscaba la democratización del país tras décadas de autoritarismo bajo el Partido Revolucionario Institucional (PRI), lo que derivó en la criminalización de toda protesta estudiantil.
El conflicto comenzó el 22 de julio, tras una pelea entre la Vocacional 2 y 5 del IPN contra la Preparatoria Isaac Ochoterena en la Plaza de la Ciudadela, en el centro de la Ciudad de México.
Esa riña fue reprimida con exceso de violencia por parte de la policía, lo que encendió todo.
Días después, una manifestación de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FENET) en apoyo a Cuba y contra la represión fue nuevamente dispersada, y en protesta los estudiantes tomaron las Preparatorias 1, 2 y 3 de la UNAM.
Policías y militares respondieron sitiando y tomando las instalaciones del IPN y de la Universidad Nacional.


El episodio más simbólico ocurrió en la Preparatoria 1, ubicada en ese entonces en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, cuando militares destruyeron su histórica puerta colonial, dejando heridos y detenidos a varios alumnos.
En respuesta, el entonces rector de la Máxima Casa de Estudios de México, Javier Barros Sierra, izó la bandera a media asta como señal de luto y encabezó, el 1 de agosto, una gran manifestación de estudiantes y profesores.

Un día después, se creó el Consejo Nacional de Huelga (CNH), asociación que organizó el movimiento y lo dotó de un carácter nacional. El 27 de agosto, miles de estudiantes realizaron una concentración masiva en el Zócalo capitalino, donde pisaron una bandera rojinegra en señal de huelga y dejaron guardias permanentes.
La madrugada del 28 fueron desalojados violentamente por policías y militares.
A partir de ese momento, la represión fue sistemática. El 23 de septiembre, el presidente Gustavo Díaz Ordaz ordenó al ejército ocupar Ciudad Universitaria y militarizar el IPN. Pese a ello, las protestas continuaron.
México y el movimiento estudiantil
En México, el movimiento estudiantil también buscaba abrir paso a un país democrático frente a un sistema cerrado y autoritario.
La tarde del 2 de octubre, más de 10 mil personas se congregaron en la Plaza de las Tres Culturas; estudiantes, en su mayoría jóvenes de entre 19 y 27 años, acompañados por madres y padres de familia, obreros y periodistas que rondaban entre los 40 y 60 años de edad. La concentración era pacífica, desarmada, un acto de protesta legítimo que terminó convertido en tragedia.
Lo que pocos sabían era que entre la multitud se había infiltrado el Batallón Olimpia, soldados vestidos de civil que portaban un guante blanco en la mano izquierda para distinguirse y así evitar que sus propios compañeros abrieran fuego contra ellos.

La señal: bengalas verdes
A las 18:10 h, desde un helicóptero, se lanzaron bengalas verdes: era la señal para iniciar la represión. Francotiradores dispararon desde el Edificio Chihuahua, mientras el Batallón Olimpia abría fuego contra los asistentes.
Los soldados, engañados al creer que eran los estudiantes quienes disparaban, respondieron también. El resultado fue una cacería. Decenas de jóvenes corrieron hacia los edificios de Tlatelolco buscando refugio, pero el ejército irrumpió sin órdenes judiciales, golpeando, deteniendo o matando a quienes encontraba en el camino.
La plaza se cubrió de cuerpos. El gobierno reconoció oficialmente apenas 30 muertos y 53 heridos graves aquella noche, cifras que contrastaban con los testimonios de sobrevivientes y periodistas que hablaron de una masacre mucho mayor.
Además, más de 2 mil personas fueron detenidas y trasladadas al Campo Militar Número Uno, donde muchos permanecieron incomunicados.
Con el paso de los años, investigaciones independientes, testimonios y la apertura parcial de archivos revelaron que la magnitud de la represión fue mucho más amplia.
En 2006, la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado admitió que era imposible dar una cifra exacta, pero consignó que el número real de muertos pudo rondar los 350.






El poder de Díaz Ordaz
El responsable político era Gustavo Díaz Ordaz, presidente de México de 1964 a 1970. Militante del PRI, encabezaba un régimen autoritario disfrazado de modernidad. Durante su gobierno la economía creció gracias al llamado “desarrollo estabilizador”, lo que le permitió fortalecer a la clase media y mostrar al país como un ejemplo de progreso.
Con ese mismo objetivo invirtió millones en la organización de los Juegos Olímpicos de 1968, los primeros en América Latina. Pero mientras construía infraestructura deportiva y presumía modernización, el movimiento estudiantil se multiplicaba en las calles. Díaz Ordaz no lo vio como una oportunidad de diálogo, sino como una amenaza comunista y un intento de desestabilizar a su gobierno.

“Hemos sido tolerantes hasta excesos, pero todo tiene un límite.”
Con esa frase, el presidente Gustavo Díaz Ordaz dejó claro que su Gobierno no estaba dispuesto a dialogar con el movimiento estudiantil. Era el anuncio velado de lo que vendría semanas después en Tlatelolco.
Terminó su sexenio y entregó el poder a su secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, también señalado por operar la represión. Años más tarde, Díaz Ordaz fue nombrado embajador de México en España en 1977, una señal que todo México entendió como el destierro. Sin embargo, tuvo que renunciar al cargo renunciar por las protestas de mexicanos en ese país.
Antes de retirarse de la política, en 1979, pronunció unas palabras que marcaron su legado:
“Asumo íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica por las decisiones del gobierno en relación con los sucesos del año pasado. Estoy convencido de haber salvado a México en aquel año.”
Murió ese mismo año, sin enfrentar juicio por la matanza que ordenó.
Los Juegos Olímpicos: Dos caras de México
Diez días después de la matanza, el 12 de octubre, México inauguró los Juegos Olímpicos. El contraste era brutal, apenas una semana después de que cientos de estudiantes fueran asesinados en Tlatelolco, el país se presentaba ante el mundo como anfitrión de la “fiesta de la paz”.
En la ceremonia se soltaron cientos de palomas blancas, pero entre ellas voló un papalote negro en forma de paloma, un acto de protesta que rompía la postal oficial.
Ese día, también ocurrió un hecho histórico que marcó al deporte mundial. Enriqueta Basilio, atleta mexicana especializada en vallas y velocidad, se convirtió en la primera mujer en la historia en encender un pebetero olímpico. El comité organizador rompió con la tradición hasta entonces reservada solo a los hombres y eligió a Basilio como símbolo de un país liberal en derechos y de una sociedad con pensamiento moderno, y de un país que buscaba proyectar progreso.
Vestida de blanco, la joven subió los 92 escalones del Estadio Olímpico Universitario con la antorcha en la mano hasta encender el fuego olímpico. Su gesto trascendió lo deportivo; en una época en que las mujeres enfrentaban profundas limitaciones en el deporte, ese encendido representó un avance en la lucha por la igualdad de género y se convirtió en un símbolo de empoderamiento femenino.
Creo que no solamente encendí el pebetero olímpico. Encendí el corazón de las mujeres, la lucha por la justicia, por la equidad; la lucha por la igualdad“
México participó con 275 atletas y obtuvo un total de 9 medallas: dos de oro (Felipe Muñoz en natación y Ricardo Delgado en boxeo), tres de plata (incluyendo a José Pedraza en caminata de 20 km) y cuatro de bronce en diferentes disciplinas.




El silencio de la prensa y la memoria colectiva
Durante años, la prensa oficial minimizó lo ocurrido. Se habló de “un enfrentamiento” y se escondió la magnitud de la masacre. Solo décadas después, con archivos desclasificados, testimonios y nuevas investigaciones, se confirmó que fue un crimen de Estado planeado y ejecutado con detalle por el Ejército y el Batallón Olimpia.
El 2 de octubre se convirtió en una fecha de memoria colectiva. La frase “2 de octubre no se olvida” surgió de los propios estudiantes y familiares de las víctimas, como una forma de mantener viva la exigencia de justicia y evitar que el silencio se repitiera.

2 de octubre no se olvida: memoria y resistencia
Hasta el día de hoy, cada 2 de octubre, miles de voces se levantan en marchas y manifestaciones en todo México. No es solo un acto de memoria, es una denuncia que día con día es recordada, la masacre de Tlatelolco fue el resultado del abuso de poder y del autoritarismo de un Estado que usó al Ejército contra su propia juventud.
El gobierno de Díaz Ordaz pretendió borrar la exigencia estudiantil con violencia, pero lo que consiguió fue marcar para siempre la historia política y social del país.
El 2 de octubre no se olvida porque no se trata únicamente de recordar a las víctimas, sino de señalar al Estado como represor y recordar que la democracia mexicana nació manchada de sangre.



Recordar Tlatelolco también es estar presentes en las calles. ¿Vas a marchar este 2 de octubre? Te dejamos una guía con recomendaciones para que protestes con seguridad.



