Cada 30 de abril, México celebra con entusiasmo el Día del Niño. Más allá de los festejos, dulces y juguetes, esta fecha es una oportunidad para reflexionar sobre la niñez como una etapa clave en la vida, así como sobre el lenguaje con el que la nombramos.
Porque en México, no basta una sola palabra para referirse a los más pequeños del hogar. Desde “chamaco” hasta “criatura”, el español mexicano es rico en términos para hablar de la infancia, y cada uno guarda una historia, una carga cultural y un matiz emocional.
El niño, el infante y la criatura
La palabra “niño” proviene del latín ninnus, un vocablo infantil que imitaba el balbuceo de los pequeños. Es la forma más neutral y universal de hablar de una persona en su infancia, usada tanto en contextos coloquiales como formales.

Por su parte, “infante”, también del latín (infans, que significa “el que no habla”), tenía originalmente una connotación más restringida, relacionada con los bebés o niños muy pequeños. Aunque en México es poco común en la conversación diaria, sobrevive en contextos institucionales o literarios.

“Criatura”, que en español puede aplicarse tanto a humanos como a animales, se utiliza de forma cariñosa para referirse a los niños, destacando su fragilidad y dependencia. En México, suele tener una carga emocional y compasiva: “¡Pobrecita criatura!”
Palabras con alma popular
“Chamaco” es uno de los términos más usados en México. Su origen es náhuatl: chamahuac, que significa “mozo” o “muchacho joven”. Aunque ha perdido su conexión indígena en el uso cotidiano, mantiene su vigencia en el habla coloquial con un tono familiar y afectuoso.

Otra joya del náhuatl es “escuincle” (itzcuintli, que originalmente nombraba al perro sin pelo mexicano). Con el tiempo, esta palabra se utilizó para referirse a los niños, probablemente por su energía, inquietud y la costumbre de corretear por todos lados. Hoy en día, se usa con un dejo de picardía o incluso de reproche: “¡Ese escuincle no para!”

“Chilpayate”, también del náhuatl (xilpayatl), era el término para un niño pequeño. Aunque está en desuso en las grandes ciudades, sigue presente en comunidades rurales o en contextos regionales del sur de México, donde mantiene su raíz indígena.

Del español peninsular al mexicano
“Chiquillo”, “crío” y “pipiolo” vienen del español de España. “Chiquillo” es el diminutivo de “chico” y transmite ternura o jovialidad. “Crío”, del verbo criar, es una forma coloquial que también ha cruzado el Atlántico y se ha adoptado en varias regiones de México, aunque no es tan común.

En tanto, “pipiolo” es una palabra más rara, derivada del italiano pipione (paloma joven), y en México suele usarse en tono burlesco para referirse a un novato o joven inexperto.
Muchacho: entre juventud e infancia
La palabra “muchacho”, del latín muscus (moho o humedad), originalmente aludía a los sirvientes jóvenes. En la actualidad, es un término puente entre la niñez y la adolescencia. En México, su uso puede variar dependiendo del contexto y del tono: puede ser un modo neutro de referirse a un joven, o incluso llevar una carga de jerarquía social.

La riqueza lingüística de la infancia
Lo interesante no es sólo la variedad de palabras, sino cómo cada una refleja una visión distinta de la niñez: a veces como inocencia, otras como picardía, fragilidad o irreverencia. México, con su mezcla de lenguas indígenas, herencia española y creatividad popular, ha convertido el lenguaje infantil en un espejo de su identidad multicultural.

En este Día del Niño, no sólo celebremos a quienes viven la infancia, sino también la forma en que nuestro idioma los nombra, los abraza, los reta y los recuerda. Porque cada “escuincle”, “chamaco” o “criatura” lleva consigo una historia que merece ser contada.



