El 22 de agosto se conmemora a nivel mundial el Día del Folclore. Designado así por la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), este día tiene su razón de ser en la honra y preservación de las tradiciones culturales pertenecientes a cada pueblo del mundo. Así, se trata no solamente de conmemorar nuestra riqueza cultural, sino de reconocer, a su vez, la de otros pueblos.
La palabra “folklor” fue creada por el arqueólogo inglés William John Thoms en 1846, uniendo las palabras folk (gente, pueblo) y lore (saber, conocimiento tradicional). En este sentido, el folclore abarca el conocimiento de un pueblo acerca de sí mismo; esto es, de sus raíces, tradiciones, historias, prácticas, festividades, arte y gastronomía, entre otras. En suma, significa el conocimiento de su esencia como pueblo, transmitida de generación en generación.
Lo cierto es que en un mundo globalizado —como el que habitamos hoy en día— resulta complicado hablar de la esencia de un pueblo, dada la multiculturalidad y el entrelazamiento de prácticas y saberes (un entrelazamiento que, dicho sea de paso, existe desde la época antigua). Sin embargo, es importante enaltecer esta misma diversidad reconociendo lo propio y lo ajeno, y cómo su mezcla ha derivado en nuestra cultura hoy en día. Al final, un pueblo es un mundo, y de lo que se trata, recordando el dicho del popular movimiento de revolución indigenista, es de construir “un mundo donde quepan todos los mundos”.