Atender nuestra salud mental se vuelve cada día una tarea más urgente. En Aguascalientes, un estado que padece una alta tasa de suicidios, tratar dicho tema parece todavía más imprescindible. El Día Mundial de la Salud Mental se celebra cada 10 de octubre desde 1992, por iniciativa de la Federación Mundial para la Salud Mental, en colaboración con la OMS. El objetivo, claramente, es concientizar acerca de los problemas de salud mental y promover esfuerzos conjuntos para atacar dichas problemáticas alrededor del mundo. En las siguientes líneas, trataremos entonces de vislumbrar una parte del problema y de ofrecer algunas posibles soluciones.
El tema que este año ha tomado la Organización es: “Es tiempo de priorizar la salud mental en el lugar de trabajo”. Según el sitio de la Organización Panamericana de la Salud, “Los entornos de trabajo seguros y saludables pueden actuar como un factor protector para la salud mental”. Esta observación no es gratuita, pues los centros de trabajo son el lugar donde actualmente pasamos la mayor parte de nuestro tiempo. La OPS agrega: “Un entorno de trabajo propicio fomenta la salud mental, brindando un propósito y estabilidad. Pero las malas condiciones de trabajo pueden perjudicar el bienestar mental, reduciendo tanto la satisfacción laboral como la productividad”.
La salud mental es un tema que trasciende el plano individual. Los análisis que se centran únicamente en la perspectiva neurobiológica (aspectos de nuestro cerebro o nuestro sistema nervioso) sin considerar los factores ambientales, sociales e históricos han quedado muy atrás. Es importante, pues, que consideres el ambiente en que te desenvuelves como un factor altamente influyente en tu salud mental. El enfoque dado a la celebración de este año nos permite pensar al trabajo como un agente de bienestar o de malestar, según sea el caso. Después de todo, lo cierto es que el trabajo es una parte integral de nuestra cultura. ¿Qué componentes comparten estas dos áreas de la vida, a saber: el trabajo y la cultura?
Retrocedamos un poco en nuestro análisis: se dice que las enfermedades mentales son el mal del siglo XXI; es necesario entonces mirarlas a la luz de la sociedad en la que vivimos. En ese tenor, autores como Sigmund Freud, a principios del siglo pasado, o Byung Chul-Han, en la actualidad, han diagnosticado nuestra cultura como enfermante, analizando la influencia de los componentes culturales en la salud mental. En el caso del filósofo asiático, la ha definido propiamente como “La sociedad del cansancio”, un término que da título a su libro publicado en 2010. ¿Por qué es que la caracteriza de este modo?
Pensemos en los rasgos de nuestra vida, algunos de los cuales están íntimamente ligados al trabajo: la aceleración, la competencia, el consumismo, el culto a la individualidad, la urbanización, la globalización, la desigualdad, pobreza y explotación. Una cultura que ha adoptado dichos rasgos como propios (en algunos casos, incluso enalteciéndolos) no podría derivar sino en los síntomas ya característicos, y hasta caricaturizados, de la mayoría de quienes vivimos este tiempo: estrés, ansiedad, depresión, aislamiento, desconexión. La cultura actual nos lleva a cuestionar nuestro estilo de vida y su impacto en la salud mental. ¿Es esta la vida que queremos?
Nos resta, como sociedad, mucho trabajo por hacer si queremos mejorar las condiciones en las que vivimos. Sin embargo, no se trata aquí del trabajo individual, del clásico “ve a terapia”. Por supuesto que la terapia es necesaria, pero atacar el problema de raíz significa ir a las causas mismas. El germen está en la cultura, y por lo tanto es necesario abordar las causas sociales que subyacen a los problemas de salud. Ante el individualismo y la competencia, el apoyo mutuo y la solidaridad son clave. Ante la aceleración y la fluidez, la pausa y la calma son necesarias. Ante la desigualdad y la pobreza, el acceso a la justicia y las condiciones dignas son imprescindibles. En términos de salud mental, es tiempo de poner el acento en la sociedad y el trabajo.