Este 14 de octubre se celebra el Día de la Costurera, un oficio que ha tejido historias, identidad y tradición en miles de hogares mexicanos. Todos conocemos a una costurera: la abuela que arreglaba la ropa, la madre que confeccionaba vestidos o la vecina que sobrevivía entre telas y agujas. Sin embargo, este oficio, que durante décadas sostuvo la economía de muchas familias, enfrenta hoy un deterioro silencioso.
El avance de las plataformas de moda rápida y tiendas digitales ha desplazado a las manos que antes daban forma a cada prenda. La globalización ha hecho que los estilos cambien a la velocidad del clic, pero también ha traído consigo un fenómeno preocupante la apropiación de los diseños tradicionales mexicanos por grandes marcas internacionales.

Ser costurero es ser artesano.
Es crear con las manos lo que muchos llaman arte. Es bordar historias, transformar hilos en cultura y conservar una identidad en tradición.
Plagio y apropiación: cuando el lujo roba identidad
En los últimos años, marcas de prestigio como Mango, Carolina Herrera, Rapsodia, Isabel Marant, Yuya y Louis Vuitton han sido señaladas por utilizar sin crédito ni permiso los diseños de comunidades indígenas mexicanas.
Uno de los casos más recordados ocurrió en 2017, cuando Mango lanzó un suéter bordado floral a la venta en Palacio de Hierro por 1,599 pesos. El diseño era prácticamente idéntico al de los tenangos de Doria, originarios del municipio de San Nicolás, Hidalgo, elaborados por el artesano Oliver Teodoro.
Estos bordados, que combinan figuras de fauna, flores y escenas cotidianas, son parte del legado de la Sierra Otomí-Tepehua. En su comunidad, una prenda así cuesta entre 700 y 800 pesos, y se confecciona completamente a mano.


Ese mismo año, la empresaria Yuya enfrentó críticas por usar iconografía de Tenango de Doria en los empaques de su línea de cosméticos. Los usuarios fueron quienes notaron la similitud entre los diseños de sus productos vendidos entre $200 y $800 y los patrones tradicionales de las comunidades hidalguenses.

En 2019, la reconocida casa Carolina Herrera presentó su colección Resort 2020, inspirada en bordados del Istmo de Tehuantepec y en motivos de Jalisco, sin mencionar ni compensar a los creadores originales. La Secretaría de Cultura de México exigió explicaciones, acusando a la marca de apropiación cultural.
La firma defendió su propuesta como un “homenaje a la riqueza mexicana”, pero el debate puso sobre la mesa la falta de reconocimiento y respeto hacia los artesanos.

Casos similares han involucrado a la marca Rapsodia y a la diseñadora francesa Isabel Marant, quien fue denunciada por copiar los bordados del huipil mixe de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca. La cantante Oaxaqueña Susana Harp fue quien visibilizó la controversia, que derivó en una conversación sobre los límites entre la inspiración y el plagio.

Incluso Louis Vuitton fue criticada por lanzar una silla de diseño valorada en más de 18 mil dólares, decorada con motivos otomíes. Tras la polémica, el modelo fue retirado de su catálogo en línea.

Entre la aguja y la identidad
Mientras tanto, en comunidades como las de Hidalgo, Oaxaca o Chiapas, costureras y artesanos continúan bordando historias a mano, con el mismo amor y precisión de siempre, aunque cada vez con menos reconocimiento y oportunidades.
El Día de la Costurera conmemora un oficio, pero también una forma de vida donde detrás de cada ropa hay un rostro y una historia…




